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* Donde que estén las huellas del Maestro, allí los oídos del que está presto
para acoger sus enseñanzas se abren de par en par*. Así mismo:
*Cuando el oído es capaz de oír, en tal caso vienen los labios ha de
llenarlo de sabiduría*. *Por ello: Los labios de la sabiduría permanecerán
cerrados, salvo para el oído capaz de entender*. El kibalion.
De Rabindranath Tagore
El servidor: — ¡Oh, Reina, ten piedad de tu servidor!
La Reina: —Terminó ya la asamblea, y todos mis servidores se han ido. ¿Por
qué vienes tan tarde?
El servidor: —Mi hora llega cuando la de los demás ha pasado. Dime qué
trabajo ordenas al último de tus servidores.
La Reina: —¿Qué puedo ordenarte, si es tan tarde
El servidor: —Hazme jardinero de tu jardín.
La Reina: — ¿Qué locura es ésta?
El servidor: —Renunciaré a cualquier otra tarea, abandonaré al polvo mis
lanzas y mis espadas. No me envíes a lejanas cortes. No me pidas nuevas
conquistas: hazme jardinero de tu jardín.
La Reina: — ¿Y en qué consistirá tu servicio?
El servidor: —En llenar tus ocios. Conservaré fresca la hierba del sendero
por dónde vas cada mañana y donde, a cada paso tuyo, las flores deseosas de
morir bendicen el pie que las pisa. Te meceré entre las ramas del septaparna
mientras la luna, apenas levantada en la noche, intentará besar tu vestido a
través de las hojas. Llenaré con aceite perfumado la lámpara que arde junto
a tu lecho y adornaré tu escabel con maravillosas pinturas de azafrán y
sándalo.
La Reina: — ¿Y cuál será tu recompensa?
El servidor: —Que me des permiso para tener entre mis manos tus pequeños
puños, que parecen capullos de loto, y para rodear tus brazos con cadenas de
flores; que pueda teñir las plantas de tus pies con el zumo encarnado de los
pétalos de ashoka, y recoger, con un beso, la mota de polvo que pueda
posarse en ellos.
La Reina: —Tus ruegos han sido escuchados.
Serás el jardinero de mi jardín.
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2
Poeta, la noche se acerca; tus cabellos blanquean.
Durante tus ensueños solitarios, ¿oyes el mensaje del más acá?
Es de noche, dijo el poeta, y escucho: tal vez alguien está llamando desde
el pueblo, aunque ya es tarde.
Estoy velando: dos enamorados se buscan. ¿Les guiará su corazón? Los
corazones errantes de dos jóvenes amantes se encontrarán; sus ojos ardientes
suplican una armonía de amor que rompa el silencio y hable por ellos.
¿Quién tejerá sus cantos apasionados si yo me siento en la playa de la vida,
contemplando la muerte y el más allá?
Desaparece la primera estrella de la noche.
El resplandor de una pira funeraria se extingue lentamente junto al río
silencioso.
Desde el patio de la casa desierta, y a la luz de la luna pálida, se oye el
coro de los chacales.
Si algún viajero, vagando lejos de su casa, viene hasta aquí a contemplarla
noche y a escuchar, con la cabeza inclinada, el canto de las tinieblas,
¿quién se acercará a murmurarle los secretos de la vida si, cerrando mi
puerta, me libero de todas mis obligaciones mortales?
No importa que mis cabellos empiecen a blanquear.
Siempre seré tan joven y tan viejo como el más joven y el más viejo del
pueblo.
Unos sonríen simple y dulcemente, otros tienen un brillo malicioso en la
mirada.
Éstos lloran abiertamente a la luz del sol, aquéllos esconden sus lágrimas
en las tinieblas.
Todos me necesitan, y yo no tengo tiempo para meditar sobre la vida futura.
Tengo la edad de todos. ¿Qué importa si mis cabellos blanquean?
3
Al amanecer, eché mi red al mar.
Arranqué al oscuro abismo extrañas maravillas: unas brillaban como sonrisas,
otras como lágrimas, y algunas se coloreaban como las mejillas de una novia.
Cuando volví a casa, cargado con mi precioso botín, mi amada estaba sentada
en el jardín y deshojaba, indolente, los pétalos de una flor.
Dudé un instante, luego dejé a sus pies todo cuanto había arrancado al mar y
quedé silencioso.
Ella lo miró y dijo: ‘¿Qué son esas cosas tan raras? ¿Cuál es su utilidad?’
Avergonzado, incliné la cabeza y pensé: Obtener esto no me ha costado
esfuerzo alguno: ni siquiera lo he comprado; no son regalos dignos de ella.
Pasé la noche tirando los tesoros a la calle.
Al día siguiente pasaron unos viajeros, los recogieron y se los llevaron a
lejanos países.
4
Ay, ¿por qué han edificado mi casa junto al camino que lleva a la ciudad?
Amarran sus barcas cargadas junto a mis árboles. Van y vienen y se mueven a
su antojo.
Me siento y los contemplo, y mis horas se consumen. No puedo echarles. Y así
paso los días.
Sus pasos suenan día y noche ante mi puerta. Es inútil que les diga: ‘No os
conozco’.
Toco a unos, siento el olor de otros; a éstos los llevo en la sangre de mis
venas, y aquéllos pueblan mis sueños. No puedo echarlos. Les llamo y les
digo: ‘Que entren en mi casa los que quieran. Sí, que entren’.
Al amanecer, dobla la campana del templo. Llegan con cestos en las manos.
Sus pies han enrojecido y la primera luz del alba ilumina sus rostros.
No puedo echarlos. Les llamo y les digo: ‘Venid a mi jardín a coger flores,
venid’.
A mediodía se oye el gong de la verja del palacio.
No sé por qué abandonan su trabajo y se acercan a mi seto.
Las flores de sus cabellos palidecen y se mustian: las notas de sus flautas
languidecen.
No puedo echarlos. Los llamo y desdigo: ‘Hay sombra refrescante bajo mis
árboles. Venid, amigos’. De noche, los grillos cantan en el bosque.
¿Quién llega lentamente hasta mi puerta, y llama en ella?
Distingo vagamente su rostro... No pronunciamos ni una palabra.
El silencio del cielo lo envuelve todo. No puedo echar a mi callado huésped.
Contemplo su rostro en la noche y transcurren horas de ensueño.
5
No hallo reposo. Tengo sed de infinito. Mi alma languideciente aspira a las
misteriosas lejanías. Gran Más Allá, ¡qué profunda es la llamada de tu
flauta!
Olvido siempre, siempre, que no tengo alas para volar, que estoy eternamente
atado a la tierra. Mi alma es ardiente y huye el sueño; soy un extraño en un
país extraño.
Tú murmuras a mi oído una esperanza imposible. Mi corazón conoce tu voz como
si fuera suya. Gran Desconocido, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!
Olvido siempre, siempre, que ignoro el camino, que no poseo un caballo
alado.
No puedo hallar descanso; soy un extraño para mi propio corazón.
En la soleada niebla de las horas lánguidas, ¡qué grandiosa visión de Ti
aparece en el azul del cielo! Gran Arcano, ¡qué profunda es la llamada de tu
flauta!
Olvido siempre, siempre, que están cerradas todas las puertas de esta casa
en la que vivo solo.
6
El pájaro preso vivía en una jaula, y el pájaro libre en el bosque.
Se encontraron por azar. El pájaro libre grita: ‘Amor mío, volemos hacia el
bosque’.
El pájaro preso murmura: ‘Ven aquí, vivamos juntos en la jaula’.
‘Entre estos barrotes, ¿podré extender mis alas?’ dice el pájaro libre. ‘Ay,
lamenta el prisionero, yo no sabría posarme en el cielo’.
‘Amor mío, ven conmigo a cantar las canciones del bosque’. ‘Quédate junto a
mí. Te enseñaré una música muy hermosa’. El pájaro del bosque replica: ‘No,
no. No se pueden enseñar las canciones’. El pájaro enjaulado dice: ‘Ay, yo
no conozco los cantos de los bosques’. Tienen sed de amor, pero no pueden
volar ala con ala. Se miran a través de los barrotes de la jaula, pero su
deseo es inútil. Aletean y cantan: ‘Acércate más, amor mío’. El pájaro libre
grita: ‘No puedo, las puertas cerradas de tu jaula me dan miedo’. ‘Ay, dice
el cautivo, mis alas no tienen fuerza, han muerto’.
7
Madre, el joven Príncipe pasará por aquí. ¿Cómo quieres que trabaje esta
mañana?
Dime cómo he de peinarme y qué vestidos debo ponerme.
¿Por qué me miras tan asombrada, madre?
Sé muy bien que él no mirará mi ventana, que desaparecerá en un abrir y
cerrar de ojos, y que sólo los sollozos de su flauta lejana llegarán a morir
hasta mi oído.
Pero el joven Príncipe pasará por aquí, y para esta ocasión quiero ponerme
lo mejor que tengo. Madre, el joven Príncipe ha pasado por aquí y el sol de
la mañana brillaba en su carroza. Me quité el velo, me arranqué el collar de
rubíes y lo eché a sus pies.
¿Por qué me miras tan asombrada, madre?
Sé muy bien que no recogió mi collar: sé que mi collar fue aplastado por las
ruedas de su carroza, dejando una mancha roja en el polvo; nadie supo cuál
era mi regalo ni a quién iba destinado. Pero el joven Príncipe ha pasado por
aquí y he ofrecido a su paso el tesoro de mi corazón.
8
La lámpara se extinguió junto a mi cama, y al amanecer me desperté con los
pájaros.
Me senté ante la ventana abierta y adorné mis cabellos sueltos con una
guirnalda de flores. Por entre la neblina rosada del alba vi al joven
viajero que avanzaba por el camino. Traía al cuello un collar de perlas y
los rayos del sol resplandecían en su corona. Se detuvo ante mi puerta y me
preguntó, ávido: ‘¿Dónde está ella?’
Avergonzada, no acerté a decirle: ‘Ella soy yo, joven viajero, ella soy yo’.
Caía la tarde y la lámpara no se había encendido. Distraídamente, yo
trenzaba mis cabellos. El joven viajero llegó en su carroza, envuelto en el
esplendor del sol poniente.
Sus caballos despedían espuma y sus vestidos estaban cubiertos de polvo.
Descendió ante mi puerta y me preguntó con voz cansada: ‘¿Dónde está ella?’
Avergonzada, no acerté a decirle: ‘Ella soy yo, fatigado viajero, ella soy
yo’.
En la noche de abril arde la lámpara en mi estancia. Sopla dulcemente la
brisa del sur.
El escandaloso loro duerme en su jaula. Mi vestido tiene el color del cuello
de un pavo real y mi manto es verde como la hierba nueva.
Estoy sentada en el suelo, cerca de la ventana, contemplando la calle
desierta.
A través de la noche oscura murmuro sin cesar: ‘Ella soy yo, viajero
desesperanzado, ella soy yo’.
9
Cuando, anochecido, voy sola a mi cita de amor, los pájaros no cantan, el
viento no alienta y a ambos lados de la calle las casas están silenciosas.
A cada paso mis pies se hacen más pesados, y me da vergüenza.
Cuando, sentada en el balcón, espero oír si se acerca mi amado, las hojas se
callan en los árboles y el agua está inmóvil en el río, como la espada en
las rodillas del centinela dormido. Mi corazón, en cambio, late
desordenadamente. No sé cómo apaciguarlo.
Cuando mi amado llega y se sienta junto a mí, tiembla todo mi cuerpo, los
párpados me pesan, la noche se oscurece, el viento apaga la lámpara y las
nubes extienden un velo sobre las estrellas. Sólo la joya de mi pecho brilla
y esparce su claridad; no sé cómo esconderla.
10
Mujer, deja ya tu trabajo. Atiende, el huésped ha llegado.
¿No oyes cómo quita suavemente la cadena que cierra la puerta? No hagas
ruido, ni te precipites a su encuentro. Deja ya tu trabajo, mujer. El
huésped ha venido esta noche.
No, no es el soplo de un espíritu, mujer, nada temas. La luna llena brilla
en la noche de abril; en el patio las sombras son claras; en lo alto, el
cielo es luminoso.
Cúbrete el rostro con el velo, si ha de ser así, y llévate la lámpara a la
puerta, si tienes miedo. No, no es el soplo de un espíritu, mujer, nada
temas.
No le digas nada, si eres tímida; quédate al lado de la puerta, cuando pase.
Si te hace preguntas puedes bajar la mirada, si quieres, en silencio.
Procura que tus brazaletes no tintineen, cuando le invites a entrar con la
lámpara en la mano. No le hables, si eres tímida. Mujer, ¿aún no terminaste
tu trabajo? Atiende, el huésped ha llegado. ¿No encendiste la lámpara del
establo? ¿No preparaste el cesto de las ofrendas para el ritual de la noche?
¿No has hecho todavía la señal roja de la fortuna en la raya de tu pelo, ni
te has vestido para la noche?
Oh mujer, ¿oyes? El huésped ha llegado. Deja ya tu trabajo.
11
Ven como estés, no te demores más.
Si se te ha deshecho la trenza, si no es recta la raya de tu pelo, si las
cintas de tu corpiño no están atadas, ¿qué importa? Ven como estés, no te
demores más.
Ven, con presteza, por la hierba. Si el rocío hace resbalar la correa de tu
calzado, si en tus tobillos se entreabren las ajorcas de campanillas, si se
pierden las perlas de tu collar, ¿qué importa? Ven, con presteza, por la
hierba.
¿No ves cómo las nubes cubren el cielo? Bandadas de cigüeñas se levantan a
lo lejos, desde la orilla, y furiosas ráfagas de viento se precipitan sobre
el yermo.
El ganado, inquieto, se refugia en los establos. ¿No ves cómo las nubes
cubren el cielo? Es inútil que enciendas la lámpara para mirarte: vacila y
el viento la apaga.
¿Quién puede descubrir que no has pintado tus párpados con hollín? Tus ojos
son más oscuros que los nubarrones de la lluvia. Es inútil que enciendas la
lámpara, se apaga.
Ven como estés, no te demores más. ¿Qué importa que tu guirnalda no esté
trenzada? Deja ya tu brazalete, aunque no esté cerrado. Las nubes oscurecen
el cielo, y es tarde. Ven como estés, no te demores más.
12
Si, por hacer algo, quieres llenar tu cántaro, ven, ven a mi lago. El agua
envolverá tus pies y te murmurará su secreto. La sombra de la lluvia cercana
se extiende sobre las dunas y las nubes bajas descansan en la línea azul de
los árboles, como tu pesada cabellera sobre tus cejas.
Conozco el ritmo de tus pasos, que resuena en mi corazón. Si debes llenar tu
cántaro, ven, ven a mi lago. Si quieres permanecer sentada, perezosamente, y
dejar que tu cántaro flote sobre el agua, ven, ven a mi lago. La hierba de
la orilla es verde y por doquier se abren innumerables flores silvestres.
Tus pensamientos emigrarán de tus ojos oscuros como los pájaros de sus
nidos. Tu velo caerá a tus pies.
Si debes permanecer ociosa, ven, ven a mi lago. Si, abandonando tus juegos
de siempre, quieres zambullirte en el agua pura, ven, ven a mi lago. Deja en
la playa tu manto azul, y el agua más azul te envolverá. Las olas se
dulcificarán para acariciar tu cuello y susurrar a tu oído. Ven, ven a mi
lago si quieres zambullirte en él.
Si, insensata, buscas la muerte, ven, ven a mi lago. Es frío e insondable.
Es sombrío como una noche sin ensueños. En sus abismos no cuentan las
noches, y los días y los cantos son silencio. Ven, ven a mi lago si quieres
sumergirte en la muerte.
13
Yo no pedía nada. Me quedé de pie en el lindero del bosque, detrás del
árbol.
Los ojos de la aurora apenas se habían entreabierto y el rocío estaba en el
aire todavía.
El perezoso aroma de la hierba flotaba en la neblina que planeaba sobre la
tierra.
Para ordeñar la vaca con tus manos tiernas y frescas como la mantequilla,
estabas bajo el banano. Yo no me movía. No dije una palabra, sólo el pájaro
cantó, escondido en la espesura. Las flores del mango caían sobre el camino
del pueblo, y las abejas, una tras otra, acudían a zumbar a su alrededor.
Cerca del estanque se abrió la puerta del templo de Shiva y el adorador
inició sus cánticos. Tú, con la jarra en las rodillas, ordeñabas la vaca. Yo
seguía de pie, con mi cántaro vacío. No me acerqué a ti.
El día despertó con el sonido del gong del templo. Los rebaños levantaron el
polvo del camino. Las mujeres volvían del río llevando en la cadera las
cántaras rumorosas.
Tus brazaletes tintineaban y la espuma de la leche se derramaba de tu jarra.
Transcurrió la mañana, y no me acerqué a ti.
14
Al atardecer las ramas de los bambúes se estremecían al viento, y yo, no sé
por qué, andaba por el camino. Las sombras alargadas se asían a la luz
fugitiva.
Los pájaros se habían cansado de cantar. Yo, no sé por qué, andaba por el
camino.
Un árbol de ramas caídas da sombra a la choza cercana al río. Alguien
trabaja en ella. En el interior de la estancia se oye el tintineo de unos
brazaletes.
No sé por qué yo permanecía ante la choza. El camino, angosto y retorcido,
cruza campos de mostaza y bosques de mangos. Pasa por el templo del pueblo y
el mercado junto al río. Me detuve ante la choza, no sé por qué. Hace mucho,
mucho tiempo, hubo un fresco día de marzo; la primavera suspiraba
lánguidamente y las flores del mango caían en el polvo. El agua tumultuosa
saltaba y lamía un cántaro de cobre.
Pienso, no sé por qué, en aquel fresco día de marzo. Las sombras se hacen
más densas, el ganado vuelve a su majada. Una luz gris se extiende sobre la
pradera solitaria.
En la orilla, los aldeanos esperan la llegada de la barca. Lentamente,
vuelvo sobre mis pasos. No sé por qué.
15
Como corre la gacela, embriagada en su propio perfume, hacia la sombra del
bosque, así corro yo. La noche es noche de mayo, la brisa es brisa de
mediodía.
Pierdo mi camino, yerro; busco aquello que no puedo encontrar; encuentro
aquello que no busco. Se levanta en mi corazón la imagen de mi deseo, y la
veo danzar ante mis ojos. La centelleante visión asciende. Intento
atraparla, pero se escapa y me deja extraviado. Busco aquello que no puedo
encontrar; encuentro aquello que no busco.
16
Nuestras manos se enlazan, nuestros ojos se buscan. Así empieza la historia
de nuestros corazones. Es noche de marzo iluminada por la luna: el exquisito
perfume del henna flota en el aire; mi flauta está abandonada en el suelo y
no he terminado la guirnalda de flores. Este amor nuestro es sencillo como
una canción.
Tu velo color de azafrán embriaga mis ojos. La corona de jazmín que trenzas
para mí me alegra el corazón como una alabanza. Jugamos a dar y a negar, a
confesar y a disimular, entre sonrisas y timideces y dulces luchas inútiles.
Este amor nuestro es sencillo como una canción. No hay ningún misterio más
allá del presente, ni anhelo de imposibles: es puro hechizo; no nos
aventuramos en la oscura profundidad. Este amor nuestro es sencillo como una
canción.
No nos extraviamos, con las palabras, en un silencio eterno, ni tendemos las
manos hacia la nada de las esperanzas imposibles. Nos basta dar y recibir.
No hemos exprimido las uvas del placer hasta obtener el jugo del dolor.
Este amor nuestro es sencillo como una canción.
17
El pájaro amarillo canta en el árbol de ellos y mi corazón baila de alegría.
Los dos vivimos en el mismo pueblo, y en esto consiste nuestra única dicha.
Sus dos ovejas preferidas vienen a pacer a la sombra de los árboles de
nuestro jardín.
Si se pierden en nuestro campo de cebada, las tomo en mis brazos.
Nuestro pueblo se llama Khanjana y Anjana es el nombre del río.
Todo el pueblo sabe mi nombre, y el de ella es Ranjana. Sólo un prado nos
separa.
El enjambre de abejas que habita en nuestro jardín busca la miel en el suyo.
Las flores que echan al agua desde su casa flotan en el arroyo donde nos
bañamos.
Cestos de flores secas de kusm vienen desde su prado a nuestro mercado.
Nuestro pueblo se llama Khanjana y Anjana es el nombre del río.
Todo el pueblo sabe mi nombre, y el de ella es Ranjana.
En primavera, el sendero que lleva a su casa está perfumado por las flores
del mango.
Cuando su lino está maduro para la cosecha, en nuestro campo florece el
cáñamo. Las estrellas que sonríen en su ventana nos iluminan a nosotros con
el mismo centelleo. La lluvia que llena su cisterna alegra a nuestro bosque.
Nuestro pueblo se llama Khanjana y Anjana es el nombre del río.
Todo el pueblo sabe mi nombre, y el de ella es Ranjana.
18
Cuando las dos hermanas van por agua, vienen hasta aquí y sonríen.
Sospechan que alguien se esconde tras los árboles, siempre que vienen por
agua.
Las dos hermanas, cuando pasan por aquí, se hablan al oído.
Han adivinado el secreto de aquél que se esconde tras los árboles siempre
que vienen por agua. Cuando llegan aquí, sus cántaros se vuelcan súbitamente
y el agua se derrama.
Han descubierto que, tras los árboles, un corazón palpita siempre que vienen
por agua.
Cuando vienen aquí, las dos hermanas se miran y sonríen. Sus rápidos
piececitos parecen reír. Y ello confunde a aquel que se esconde tras los
árboles siempre que ellas vienen por agua.
19
Andabas por el camino que bordea el río con el cántaro lleno a la cadera.
¿Por qué, de pronto, volviste la cabeza y me miraste a través de tu largo
velo flotante?
Aquella mirada, escapada de la noche, llegó a mí como una brisa que, después
de haber estremecido el agua, se pierde en las sombras de la orilla.
Aquella mirada llegó a mí como el pájaro nocturno que, rápido, entra en la
estancia oscura por una ventana abierta y por otra desaparece en la noche.
Te has ocultado como una estrella tras la colina, y yo sigo en el camino.
Pero, ¿por qué te detuviste un momento y me miraste a través del velo,
cuando andabas por el camino que bordea el río con el cántaro lleno a la
cadera?
20
Día tras día él llega y se va. Ve y dale esta flor de mi pelo, amigo. Si te
pregunta quién se la envía no se lo digas, te lo ruego, pues si viene es
para volverse a ir. Está sentado bajo un árbol, en el suelo. Prepárale un
lecho de pétalos y hojas, amigo.
Sus ojos están tristes y su mirada pesa en mi corazón. Nunca dice qué
piensa, sólo viene y se va.
21
¿Por qué, al amanecer, el joven viajero vino hasta mi puerta?
Cada vez que entro y salgo lo encuentro allí, y mis ojos son esclavos de su
rostro.
No sé si debo hablarle o seguir callando. ¿Por qué ha venido a mi puerta?
Las nubladas noches de junio son sombrías, y el azul del cielo otoñal es muy
dulce; pasa, inquieto, el viento de mediodía en los días de primavera.
Su canción siempre ofrece nuevas melodías. Dejo mi tarea y se me nublan los
ojos. ¿Por qué escogió mi puerta?
22
Al pasar rápidamente por mi lado, me rozó el borde de su falda.
Como de una isla ignorada, me llegó de su corazón una súbita y cálida brisa
de primavera. Me acarició un aliento fugitivo, y se desvaneció, como se
pierde en el viento el pétalo arrancado a la flor. Cayó sobre mi corazón
como un suspiro de su cuerpo y un susurro de su alma.
23
¿Por qué estás ociosa, jugando con tus brazaletes? Llena tu cántaro, ya es
hora de que entres en casa. ¿Por qué estás ociosa, agitando el agua con las
manos, mientras tu mirada caprichosa se entretiene buscando si viene alguien
por el camino?
Llena tu cántaro, y entra en casa. Declina la mañana y el agua oscura se
derrama.
Las olas perezosas ríen y murmuran entre sí, jugando. Las nubes errantes se
reúnen en el horizonte sobre las lejanas colinas. Se detienen perezosamente
a contemplar tu rostro y se divierten sonriéndole. Llena tu cántaro y entra
en casa.
24
No guardes sólo para ti el secreto de tu corazón, amiga mía, dímelo, sólo a
mí, en secreto. Susúrrame tu secreto, tú que tienes una sonrisa tan dulce;
mis oídos no lo oirán, sólo mi corazón. La noche es profunda, la casa está
silenciosa, los nidos de los pájaros están envueltos por el sueño. A través
de tus lágrimas vacilantes, a través de tus temerosas sonrisas, a través de
tu dulce vergüenza y tu tristeza, dime el secreto de tu corazón.
25
—Muchacho, ¿por qué tienes esta mirada enloquecida? —Debí de beber algún
zumo de adormidera para que los ojos se me llenaran de esta locura. —!
Avergüénzate, pues!
—Hay prudentes y hay locos, previsores y despreocupados. Hay ojos que
sonríen y ojos que lloran, y mis ojos están llenos de locura. —Muchacho,
¿por qué estás tan quieto a la sombra de este árbol? —Mi corazón pesa en mis
pies y descanso a la sombra de este árbol. —! Avergüénzate, pues! —Unos
andan por el camino, otros pasean, algunos son libres, otros están
encadenados, y mi corazón pesa en mis pies.
26
—Tomaré lo que quieres darme, nada más te pido. —Sí, sí, ya te conozco,
mendiguito, y sé que quieres cuanto tengo. —Si me dieras esta pequeña flor
la llevaría sobre mi corazón. —¿Y si tiene espinas? —La tomaría también.
—Sí, sí, ya te conozco, mendiguito, y sé que quieres cuanto tengo. —Una
mirada de tus ojos amorosos endulzaría mi vida por toda la eternidad. —¿Y si
mi mirada fuera cruel?
—Guardaría su herida en mi corazón. —Sí, sí, ya te conozco, mendiguito, y sé
que quieres cuanto tengo.
27
—Cree en el amor, aunque sea una fuente de dolor. No cierres tu corazón.
—Amigo mío, tus palabras son oscuras, no puedo entenderlas.
—El corazón se ha hecho para entregarlo con una lágrima y una canción, amada
mía.
—Amigo mío, tus palabras son oscuras, no puedo entenderlas.
—La alegría es frágil como una gota de rocío y muere sonriendo. Pero la pena
es poderosa y tenaz. Deja que un doloroso amor despierte en tus ojos.
—Amigo mío, tus palabras son oscuras, no puedo entenderlas.
—El loto prefiere florecer al sol y morir, a estar encerrado en el capullo
durante un invierno inacabable.
—Amigo mío, tus palabras son oscuras, no puedo entenderlas.
28
Tú mirada, ansiosa y triste, quiere adivinar mi pensamiento. También la luna
quiere penetrar en el mar. Conoces toda mi vida, pues nada te escondí. Por
ello no sabes nada de mí: Si mi vida fuera una gema, la rompería en cien
pedazos y con ellos haría un collar que pondría en tu cuello. Si mi vida
fuese una simple flor, pequeña y suave, la arrancaría del tallo para
colocarla en tu pelo. Pero mi vida es un corazón, amada mía ¿y cuáles son
sus límites? No conoces las fronteras de este reino, a pesar de reinar en
él.
Si mi corazón no fuera más que placer, florecería en una sonrisa feliz y lo
comprenderías en un instante. Si no fuera más que dolor, se derramaría en
claras lágrimas y reflejaría en silencio su secreto. Pero es amor, amada
mía. Su placer y su dolor son infinitos, su miseria y su riqueza son
eternas. Está tan cerca de ti como tu misma vida, pero nunca podrás
conocerlo del todo.
29
Háblame, amor mío. Dime las palabras que cantabas. La noche es oscura, las
estrellas se han perdido entre las nubes. El viento suspira sobre las hojas.
Soltaré mis cabellos y mi manto azul me rodeará de noche. Acogeré tu cabeza
en mi seno y, en la dulce soledad, hablaré bajo para tu corazón. Cerraré los
ojos para escucharte, sin mirar tu rostro. Cuando termines tus palabras,
permaneceremos silenciosos y quietos. Sólo los árboles murmurarán en las
tinieblas.
Palidecerá la noche y nacerá el día. Nos miraremos a los ojos y volveremos a
nuestros distintos caminos. Háblame, amor mío. Dime las palabras que
cantabas.
30
Tú eres la nube del crepúsculo que flota en el cielo de mis sueños.
Te dibujo según los anhelos de mi amor. Eres mía, y habitas en mis sueños
infinitos.
Tus pies se colorean con el fulgor de mi deseo, espigadora de mis cantos
vespertinos.
Tus labios tienen el amargor y la dulzura de mi vino de dolor.
Eres mía, y habitas en mis sueños infinitos.
La sombra de mi pasión ha oscurecido tus ojos. Eres la alucinación de mi
mirada.
Te he prendido y envuelto en la red de mis cantos, amor mío.
Eres mía, y habitas en mis sueños infinitos.
31
Mi corazón, pájaro del desierto, ha encontrado su cielo en tus ojos.
Son la cuna del alba, el reino de las estrellas. En su abismo se hunden mis
canciones.
Déjame volar en este cielo inmenso y solitario. Déjame hendir sus nubes y
desplegar mis alas en su sol.
32
Dime si todo esto es verdad, amado mío, dime si es verdad.
Cuando brilla el relámpago de mis ojos, ¿sombríos nubarrones se acumulan en
tu corazón?
¿Es cierto que mis labios te parecen dulces como el florecimiento de tu
primer amor?
El recuerdo de los mayos pasados, ¿duerme acaso en mis venas?
¿Se estremece la tierra, como un arpa llena de músicas, cuando la pisan mis
pies?
¿Es verdad que al verme el rocío cae de los ojos de la noche y que la luz
del alba es dichosa al rodearme?
¿Es verdad, es verdad que tu amor solitario me ha buscado a través de los
siglos y los mundos?
¿Y que al hallarme, tu antiguo deseo se apaciguó con mis dulces palabras,
con mis ojos, con mis labios y mis cabellos flotantes?
¿Es verdad, pues, que el misterio del Infinito está escrito en esta pequeña
frente?
Dime, amado mío, ¿es verdad todo esto?
33
Te amo. Perdóname mi amor. Me apresaste como a un pájaro extraviado.
Mi corazón se estremeció tanto que cayó su velo. Cúbrelo de piedad, amado, y
perdóname mi amor. Si no puedes amarme, perdóname mi dolor.
No me mires de lejos, con desprecio. Me acurrucaré en mi rincón y no me
moveré en toda la noche. Taparé mi vergüenza con mis manos. No me mires,
amado, y perdóname mi dolor. Si me amas, perdóname mi alegría. Si mi corazón
se precipita en un torrente de felicidad, no te rías de mi peligroso
abandono. Cuando sentada en mi trono te gobierne con la tiranía de mi amor;
cuando te conceda mis favores como una diosa, disculpa mi orgullo, y
perdóname mi alegría.
34
Amor, no te vayas sin despedirte de mí. He velado toda la noche, y ahora el
sueño pesa sobre mis ojos. Si duermo, temo perderte. Amor, no te vayas sin
despedirte de mí. Me sobresalto y tiendo mis manos para tocarte. Me
pregunto: ¿Es un sueño? ¡Si pudiera enredar tus pies con mi corazón y
estrecharlos contra mi seno! Amor, no te vayas sin despedirte de mí.
35
Temes que te conozca muy pronto, por ello juegas conmigo. Me deslumbras con
tus risas para esconder tus lágrimas. Conozco tus argucias. Nunca dices la
palabra que querrías decir. Temes que no te estime, por ello me huyes de mil
maneras. Temes que te confunda con la multitud, por ello te apartas. Conozco
tus argucias. Nunca vas por donde querrías ir. Pides más que los otros,
porque eres callada. Con juguetona despreocupación evitas mis regalos.
Conozco tus argucias. Nunca aceptas lo que querrías aceptar.
36
Murmuró: ‘Amor mío, mírame en los ojos’. Refunfuñé y le dije: ‘Vete’. Pero
no se movió. Seguía junto a mí y me cogió las manos en las suyas. Le dije:
‘Déjame’. Pero no se fue. Acercó su rostro al mío. Le miré y le dije: ‘¿No
te da vergüenza?’ Pero no se movió. Sus labios rozaron mi mejilla. Me
estremecí y le dije: ‘Eres demasiado atrevido’. Pero no se avergonzó. Me
puso una flor en el pelo. Le dije: ‘Es inútil’. Pero no le importó. Me cogió
la guirnalda del cuello y se fue. Estoy llorando y le pregunto a mi corazón:
‘¿Por qué no vuelve?’
37
¿Quieres colocar en mi cuello tu lozana guirnalda, hermosa mía?
Sea, pero has de saber que la única guirnalda que he tejido es para aquellas
que aparecen en los rayos de luz, para las que habitan en países
desconocidos y viven en las canciones de los poetas. Es ya muy tarde para
pedirme mi corazón a cambio del tuyo.
Hubo un tiempo en que todo el perfume de mi vida estaba concentrado como en
el capullo de una flor. Ahora se ha esparcido a lo lejos en alas de los
vientos.
¿Quién sabría el conjuro capaz de recogerlo y encerrarlo de nuevo?
Mi corazón no es mío, y por ello no puedo ya darlo a una sola, pertenece a
muchas.
38
Amor mío, este poeta tuyo emprendió una vez la composición de un gran poema
épico.
Pero ¡ay! no fui prudente; mi poema chocó con tus ajorcas armoniosas y allí
encontró su fin. Se rompió en fragmentos musicales que se esparcieron a tus
pies.
Todo mi caudal de antiguas historias de guerra naufragó en las olas
juguetonas y, bañado en lágrimas, se hundió. Amor mío, convierte esta
pérdida en un bien.
Si se frustró mi aspiración a la eterna fama después de la muerte, hazme
inmortal mientras viva. Si es así, no lamentaré mi fracaso ni te acusaré por
ello.
39
He pasado la mañana intentando tejer una guirnalda, pero las flores resbalan
y se me escapan de los dedos. Tú estás sentada, mirándome con el rabillo del
ojo.
Pregúntales a tus ojos, oscuros de malicia, quién tiene la culpa. Intento,
inútilmente, cantar una canción. Una disimulada sonrisa tiembla en tus
labios; pregúntale la razón de mi fracaso. Que tus labios sonrientes cuenten
cómo mi voz se perdió en el silencio, como una abeja ebria en el corazón del
loto. Llega la noche y las flores cierran sus pétalos. Déjame sentar a tu
lado y ordena a mis labios que cumplan su misión en el silencio de la noche,
a la vaga claridad de las estrellas.
40
Una sonrisa incrédula revolotea en tus ojos cuando vengo a decirte adiós.
Me he despedido tantas veces que estás segura de que pronto volveré.
Debo confesarlo, también yo lo creo. Porque los días de la primavera vuelven
año tras año; la luna nos abandona para visitarnos de nuevo; las flores
renacen en las ramas. Es probable que también mi adiós sea solamente un
hasta pronto.
Pero conserva un instante la ilusión. No la apartes con tan violenta
rapidez.
Cuando te digo que me voy para siempre cree en mis palabras, y que una
neblina de lágrimas vele un instante la oscura profundidad de tus ojos.
Luego, cuando vuelva, sonríe maliciosamente cuanto quieras.
41
Deseo decirte las palabras más profundas, pero no me atrevo, pues temo tu
burla.
Por ello me río de mí mismo y transformo en bromas mi secreto.
Me burlo de mi dolor, para que no te burles tú.
Deseo decirte las palabras más sinceras, pero no me atrevo, pues temo que no
me creas.
Por ello las disfrazo de mentiras y digo lo contrario de lo que pienso.
Me esfuerzo en que mi dolor parezca absurdo, para que no te lo parezca a ti.
Deseo decirte las palabras más valiosas, pero no me atrevo, pues temo no ser
correspondido. Por ello te nombro duramente y me enorgullezco de mi
insensibilidad.
Te aflijo, para que no ignores qué es la aflicción. Deseo sentarme
silenciosamente a tu lado, pero no me atrevo, pues temo que mis labios
traicionen mi corazón.
Por ello parloteo disparatadamente, escondiendo mi corazón tras mis
palabras. Trato a mi pena con dureza, para que no lo hagas tú. Deseo
alejarme de ti, pero no me atrevo, pues temo que descubras mi cobardía. Por
ello levanto la cabeza y me acerco a ti con aire indiferente. La constante
provocación de tus miradas renueve mi dolor sin cesar.
42
Oh, Locura, gloriosa embriaguez, cuando abres tu puerta con un puntapié y
bromeas en público; cuando vacías tu bolsa en una noche y te ríes de la
prudencia; cuando, sin sentido, avanzas por extraños senderos y juegas con
fruslerías; cuando, al navegar en la tormenta, rompes tu timón en dos
pedazos... entonces te sigo, compañera, me embriago contigo y me doy a los
diablos. Perdí mis días y mis noches en la compañía de los sabios y los
discretos. El mucho saber ha blanqueado mis cabellos y las incontables
vigilias han ensombrecido mi mirada. Durante años recogí y atesoré migajas
de ciencia, que ahora destruyo, bailo sobre ellas y esparzo al viento. Pues
sé que la mayor sabiduría consiste en embriagarse y darse a los diablos.
Que se desvanezcan mis engañosos escrúpulos. Que pueda perder
desesperadamente mi camino. Que un arrebato de vertiginosa violencia me
arrastre lejos del puerto.
El mundo está lleno de gente honorable, de trabajadores útiles y hábiles.
Hay hombres que se sitúan fácilmente en primera fila, otros que ocupan
dignamente la segunda. Dejad que sean útiles y prósperos y dejadme a mí ser
inútil y loco. Pues, lo sé muy bien, éste es el fin de todos los trabajos:
estar borracho y darse a los diablos. Juro renunciar desde ahora a cualquier
pretensión de dignidad y decencia. Abandono mi orgullo de saber y mi
criterio sobre lo verdadero y lo falso. Quiebro el vaso de mis recuerdos y
derramo las últimas lágrimas. Me baño en la espuma del rojo vino de las
moras, que ilumina mi risa.
Desgarro en jirones la cortesía y la gravedad. Juro solemnemente ser
indigno, embriagarme y darme a los diablos.
43
No, amigos míos, nunca seré un asceta. Nunca seré un asceta, si ella no
pronuncia los mismos votos que yo. Estoy firmemente decidido a no ser un
asceta, salvo que hallara un refugio suavemente sombreado y una compañera de
penitencia.
No, amigos míos, nunca dejaré mi casa para retirarme al solitario bosque, si
en el eco de su sombra no resuena una risa alegre, si no ondea al viento un
manto color de azafrán, si el silencio de la selva no se hace más profundo
con dulces murmullos.
Lo tengo decidido, nunca seré un asceta.
44
Reverendo padre, perdonad a dos pecadores. Los aires de la primavera soplan
hoy en torbellino, barriendo el polvo y las hojas muertas, y con ellas
vuestros consejos.
No digáis, padre, que la vida es vanidad. Pues, por un día, hemos pactado la
tregua con la muerte, y por unas horas perfumadas, los dos somos inmortales.
Si se acercara el ejército del rey para cargar violentamente contra
nosotros, nos limitaríamos a mover tristemente la cabeza: ‘Hermanos, nos
estáis molestando. Si deseáis entreteneros en estos ruidosos juegos, id más
lejos a entrechocar vuestras armas. Sólo por unos instantes fugaces somos
inmortales’.
Si vinieran a rodearnos los amigos, les saludaríamos humildemente y les
diríamos: ‘Esta dicha nos turba. Ocupamos un lugar muy pequeño en el cielo
infinito. Pues en la primavera las flores se multiplican y las afanosas alas
de las abejas chocan entre sí. Este pequeño cielo en el que vivimos nosotros
dos, solos e inmortales, es extraordinariamente reducido’.
45
Invitados que debéis dispersaros según la voluntad de Dios, sin dejar huella
alguna en este mundo. Tomad, sonrientes, aquello que es fácil y sencillo y
está junto a vosotros.
Hoy es la fiesta de los fantasmas que desconocen la hora de su muerte.
Que vuestra risa sea tan sólo una alegría instintiva, como los reflejos de
la luz en el agua móvil. Que vuestra vida baile ágilmente en los bordes del
Tiempo, como el rocío en la punta de la hoja. Los sonidos que arrancáis de
las cuerdas del arpa han de ser ritmos fugaces.
46
Me abandonaste y seguiste tu camino. Creí que lloraría por ti y que
entronizaría en mi corazón tu imagen, tejida en una canción de oro puro.
Pero ay, triste suerte, el tiempo vuela.
La juventud se mustia año tras año.
Los días de la primavera son muy breves.
Las frágiles flores mueren por nada y el sabio me advierte que la vida no es
más que una gota de rocío en la hoja del loto.
¿Debo olvidar todo esto para buscar a quien se alejó de mí?
Sería una locura, pues el tiempo vuela.
Venid, noches lluviosas de pies mojados, sonríe, otoño de oro; ven, abril
despreocupado, que envías besos desde lejos.
Venid todos.
Amores míos, sabéis muy bien que somos mortales.
¿Es sensato partirse el corazón por quien se lleva el nuestro? No, pues el
tiempo vuela.
Es agradable sentarse en un rincón solitario, soñar y escribir versos que
afirmen que tú eres mi vida entera.
Es heroico alimentar el propio dolor y apartar todo consuelo.
Pero un rostro joven se asoma a mi puerta y levanta sus ojos hacia mí.
Debo enjugar mis lágrimas y cambiarla melodía de mi canción.
Pues el tiempo vuela.
47
Si así lo quieres, dejaré de cantar.
Si mi mirada alborota tu corazón, apartaré mis ojos de tu rostro.
Si al encontrarme te estremeces, iré por otro camino.
Si cuando tejes tu guirnalda mi presencia te incomoda, me alejaré de tu
jardín solitario.
Si cuando pasa mi barca el agua del río se agita tumultuosa no remaré más
hacia tu orilla.
48
Líbrame de las cadenas de tu ternura, amor mío. No me ofrezcas más el vino
de tus besos.
Este vapor de pesado incienso oprime mi corazón.
Abre las puertas y deja paso a la luz de la mañana.
Estoy perdido en ti, envuelto en los dobleces de tus caricias.
Sálvame de tus sortilegios, devuélveme la virilidad. Te ofreceré, entonces,
un corazón libre.
49
Tengo sus manos en las mías, y la estrecho contra mi corazón.
Intento llenar mis brazos con su hermosura, apresar su dulce sonrisa con mis
besos, beber ávidamente su oscura mirada.
Ay, ¿cómo conseguirlo? ¿Quién puede apoderarse del azul del cielo?
Quiero abrazar la belleza, pero se me escapa; sólo el cuerpo queda entre mis
brazos.
50
Cansado y desilusionado, prosigo mi viaje.
¿Cómo podría alcanzar el cuerpo la flor que sólo puede tocar el espíritu?
Amada, mi corazón desea encontrarte día y noche, como se encuentra la muerte
devoradora.
Quiero ser arrastrado por ti como por un huracán. Toma cuanto tengo,
destruye mi sueño y llévate mis fantasías. Róbame la vida.
Gracias a esta destrucción, a esta absoluta desnudez de mi alma,
convirtámonos en un solo y hermoso ser...
Ay, mi anhelo es inútil. La única esperanza de comunión completa reside en
ti, Dios mío.
51
Acaba tu última canción y vámonos.
Olvida esta noche, puesto que nace el día.
¿Quién intento estrechar entre mis brazos? Los sueños no pueden ser
dominados, y mis manos ardientes aprietan el vacío contra mi corazón.
Y mi pecho es una gran herida.
52
¿Por qué se apagó la lámpara?
La protegí del viento con mi manto; por ello la lámpara se apagó.
¿Por qué se mustió la flor?
La estreché, inquieto y amoroso, contra mi corazón; por ello se mustió la
flor.
¿Por qué se secó el río?
Construí un dique para que el agua sólo me sirviera a mí; por ello el río se
secó.
¿Por qué se rompió la cuerda del arpa?
Quise dar una nota demasiado alta; por ello la cuerda del arpa se rompió.
53
¿Por qué me confundes con tu mirada?
No he venido a mendigar.
Sólo me detuve una hora al final de tu patio, tras el seto del jardín.
¿Por qué me confundes con tu mirada?
No he cogido ni una rosa de tu jardín.
No he cogido ni una fruta.
Me tendí humildemente a la sombra del camino, donde todos los caminantes
desconocidos pueden descansar.
No he cogido ni una rosa.
Sí, yo estaba fatigado y caía la lluvia.
El viento sollozaba entre las agitadas ramas de los bambúes.
Las nubes corrían por el cielo como un escuadrón derrotado.
Yo estaba fatigado.
No sé si pensabas en mí, ni a quién esperabas desde el umbral.
Brillaban relámpagos en tus ojos vigilantes.
¿Cómo podía yo imaginar que me veías en la noche?
No sé si pensabas en mí.
El día se acaba, la lluvia ha cesado.
Abandono la sombra del árbol que cierra tu jardín y el banco sobre la
hierba.
Ha llegado la noche, cierra tu puerta. Yo sigo mi camino.
El día ha terminado.
54
¿Dónde vas con tu cesto, esta noche, si el mercado está cerrado? Los
compradores se han ido, y la luna se levanta por encima de los árboles del
pueblo.
El eco de las voces que llaman la barca cruza el agua sombría hasta la
lejana marisma donde duermen los patos silvestres.
¿Dónde vas con tu cesto, si el mercado está cerrado?
Los dedos del sueño han cerrado los ojos de la tierra.
Hay silencio en los nidos de los cuervos y se acalló el murmullo de las
hojas del bambú.
Los labradores han vuelto de los campos y tienden sus ropas en los patios de
las casas.
¿Dónde vas con tu cesto, si el mercado está cerrado?
55
Era mediodía cuando te fuiste.
El sol ardía en el cielo. Yo había terminado mi labor y estaba sentada sola
en mi balcón, cuando te fuiste.
Las ráfagas del viento me acercaban el perfume de los prados lejanos.
En la sombra los palomos se arrullaban sin cesar, y una abeja que se
extravió en mi estancia susurraba las noticias de los campos remotos.
El pueblo dormía en el sopor del mediodía.
El camino estaba desierto.
Crecía súbitamente el chasquido de las hojas y luego se desvanecía.
Yo miraba el cielo, y mientras el pueblo dormía en el sopor del mediodía,
bordaba en azul las letras de un nombre amado.
Me había olvidado de trenzar mis cabellos, y la brisa ociosa jugaba con
ellos sobre mi mejilla.
El río corría tranquilo bajo la umbrosa orilla. Las blancas nubes perezosas
permanecían inmóviles.
Me había olvidado de trenzar mis cabellos.
Era mediodía cuando te fuiste.
El polvo del camino estaba caldeado y los prados jadeaban.
Las tórtolas se arrullaban en la espesura.
Yo estaba sola en mi balcón, cuando te fuiste.
56
Estaba ocupada, con mis compañeras, en las oscuras tareas de la casa.
¿Por qué te fijaste en mí y me hiciste abandonar el fresco refugio de
nuestra vida en común?
El amor no confesado es sagrado.
Brilla como un diamante en la secreta sombra del corazón. A la luz del
indiscreto día se oscurece feamente.
Ay, rompiste el velo de mi corazón y arrancaste el misterio de mi amor,
destruyendo para siempre la preciosa sombra donde escondía su nido.
Mis compañeras siguen siendo las mismas.
Nadie ha penetrado en su interior y ni siquiera ellas conocen su propio
secreto.
Sonríen y lloran a su capricho, parlotean y trabajan, van al templo cada
día, encienden sus lámparas y sacan agua del río.
Puse mi esperanza en que mi amor no sufriera la estremecedora vergüenza del
abandono.
Pero tú has apartado tu mirada de mí.
Sí, tu camino está abierto ante tus pasos; pero has cortado mi retirada y me
has dejado desnuda ante el mundo, cuyos ojos sin párpados me miran día y
noche.
57
Oh Mundo, cogí tu flor.
La estreché contra mi corazón y me hirió su espina.
Cuando se oscureció el día la flor estaba mustia, pero el dolor ha
persistido.
Oh Mundo, muchas flores renacerán perfumadas y gloriosas.
Pero la hora de coger flores ya ha pasado para mí, y en la noche sombría me
falta la rosa; sólo persiste su dolor.
58
Una mañana, en el jardín, una niña ciega vino a ofrecerme una guirnalda
depositada sobre una hoja de loto.
Colgué la guirnalda de mi cuello y los ojos se me llenaron de lágrimas.
Besé a la niña y le dije: ‘Eres una flor, y las flores son ciegas; por ello
no puedes comprender la hermosura de tu regalo’.
59
Mujer: no eres sólo la obra maestra de Dios, sino también la de los hombres,
que te adornan con la belleza de sus corazones.
Los poetas bordan tus velos con el hilo de oro de su fantasía, y los
pintores inmortalizan la forma de tu cuerpo.
El mar da sus perlas, las minas su oro y el jardín de verano sus flores para
embellecerte.
El deseo del hombre glorifica tu juventud.
Eres mitad mujer y mitad sueño.
60
En el torbellino y el estrépito de la vida, tú, ¡oh Belleza!, tallada en
piedra, permaneces callada y tranquila, solitaria y lejana.
El Amor eterno murmura a tus pies: ’Háblame, háblame, amada mía’.
Pero tus palabras siguen encerradas en la piedra, ¡oh Belleza insensible!
61
Pacifícate, corazón mío, que sea dulce la hora de la separación; que no sea
una muerte, sino un cumplimiento.
Vivamos del recuerdo de nuestro amor y que nuestro dolor se mude en
canciones.
Que el vuelo a través de los cielos termine con el aquietamiento de las alas
en el nido.
Que la última caricia de nuestras manos sea tan suave como la flor de la
noche.
Acércate, hermoso fin de nuestro amor, y dinos en el silencio tus últimas
palabras.
Yo te reverencio y levanto mi lámpara para iluminar tu camino.
62
Por el oscuro camino de un sueño busqué a aquella que había amado en una
vida anterior; su casa estaba situada al final de una calle desolada.
En la brisa del crepúsculo su pavo real favorito dormitaba en su percha y
las palomas callaban en su rincón.
Ella dejó su lámpara junto al umbral y quedó de pie ante mí.
Alzó sus grandes ojos y me preguntó en silencio: ‘¿Estás bien, amigo mío?’
Quise responderle, pero ya no sabía usar las palabras.
Reflexioné, reflexioné en vano.
Ya no recordaba nuestros nombres.
En sus ojos brillaron las lágrimas.
Me tendió su mano diestra. La tomé y quedé callado.
Nuestra lámpara vaciló en la brisa del crepúsculo y se apagó.
¿Ya debes partir, viajero?
La noche es tranquila y las tinieblas desfallecen sobre el bosque.
Las lámparas brillan en nuestro balcón, las flores son lozanas y apenas
despiertan los ojos jóvenes.
¿Llegó ya la hora de tu marcha?
¿Ya debes partir, viajero?
No hemos aprisionado tus pies con nuestros brazos suplicantes.
Las puertas están abiertas, y tu caballo, ensillado, te espera ante la
verja.
Sólo hemos querido retenerte con nuestras canciones.
Sólo nuestras miradas han procurado retrasar tu partida.
No está en nuestro poder obligarte, viajero; sólo tenemos nuestras lágrimas.
63
¿Qué fuego devorador brilla en tus ojos? ¿Qué fiebre de inquietud anima tu
sangre?
¿Qué llamada de las tinieblas te impulsa? ¿Qué terrible hechizo has leído en
las estrellas del cielo, para que la noche, extraña y silenciosa mensajera,
haya penetrado tan secretamente en tu corazón? Si desdeñas las alegres
fiestas, si deseas la paz, corazón fatigado, apagaremos nuestras lámparas y
dejaremos las arpas.
Nos sentaremos, callados en la noche, bajo el susurro de las hojas, y la
doliente luna derramará sus pálidos rayos en tu ventana.
Oh viajero, ¿con qué espíritu insomne te ha cautivado el corazón de la
noche?
64
Pasé el día en la ardiente polvareda del camino.
Al llegar el frescor de la noche llamo a la puerta del albergue, desierto y
en ruinas.
Un ‘ashath’ taciturno extiende sus raíces hambrientas por las profundas
grietas del muro.
Hubo un tiempo en que los caminantes venían aquí a lavar sus pies cansados.
Tendían sus esteras en el patio y, sentándose a la difusa luz de la luna
apenas nacida, hablaban de países desconocidos.
Despertaban al amanecer, reposados, alegrados por el canto de los pájaros, y
las flores amigas se inclinaban hacia ellos desde el borde del camino.
Ahora no me espera aquí ninguna lámpara encendida.
En la pared, las negras manchas del humo, vestigio de antiguas vigilias, me
miran con sus ojos ciegos.
Algunas luciérnagas revolotean en el matorral, junto al estanque seco, y las
ramas del bambú hacen sombra sobre el camino invadido por la hierba.
El día muere. Nadie me ha invitado y, cansado, tengo ante mí la larga noche.
65
¿Es tu voz la que oigo?
Ha llegado la noche, y el cansancio me oprime como los brazos suplicantes de
una enamorada.
¿Me llamas tú?
Te he dado todo mi día; ¿quieres robarme también mis noches, cruel tirana?
Todo tiene fin, y a cada uno corresponde la soledad de la noche.
¿Por qué tu voz la desgarra y viene a abrasar mi corazón?
La noche ¿no canta ante tu puerta su canción de cuna?
¿Nunca se elevan por encima de tu altiva torre las estrellas de alas
silenciosas?
¿No caen nunca en el polvo, en dulce agonía, las flores de tu jardín?
¿Por qué me llamas, atormentada? Deja que los suaves ojos del amor velen y
lloren en vano.
Deja que arda tu lámpara en la casa desierta.
Que la barca vuelva a su casa a los labradores fatigados...
Abandono mis sueños y acudo a tu llamada.
66
Un loco andaba vagabundeando, buscando la piedra filosofal, el pelo
enmarañado, cubierto de polvo, el cuerpo reducido a una sombra, los labios
tan prietos como la puerta cerrada de su corazón y los ojos ardientes como
la lámpara de la luciérnaga que busca compañero.
Ante él rugía el inmenso océano.
Las olas charlatanas hablaban de los tesoros ocultos en su seno y se
burlaban del ignorante que no las entendía.
Sin esperanza y sin tregua, él proseguía la búsqueda que era toda su vida.
Como el océano que se levanta constantemente hacia el cielo para alcanzar lo
inaccesible.
Como las estrellas que giran en círculo tras un objetivo nunca conseguido.
Así, en la playa desierta, el cabello enfebrecido de polvo, el loco vagaba
buscando la piedra filosofal.
Un día, un chiquillo del pueblo se le acercó y le dijo: ‘¿Dónde has
encontrado esta cadena de oro que llevas en la cintura?’
El loco se estremeció. La antigua cadena de hierro era de oro. No estaba
soñando, pero, ¿cómo se había producido la transformación?
Se golpeaba salvajemente la frente.
¿Dónde, dónde se había realizado su sueño, sin advertirlo?
Había adquirido la costumbre de probar las piedras que recogía golpeándolas
contra su cadena, tirándolas luego maquinalmente, sin mirar siquiera si
había aparecido algún cambio; así, el pobre loco había encontrado y perdido
la piedra filosofal.
67
Se ponía el sol y a occidente el cielo era de oro.
Maltrecho, quebrantado el cuerpo y el espíritu, como un árbol arrancado de
raíz, el loco empezó a buscar de nuevo el tesoro perdido.
Aunque la noche avance lentamente y acalle todas las canciones, aunque tus
compañeros hayan partido y tú estés cansado, aunque el miedo pueble las
tinieblas y se vele el cielo, ¡pájaro mío, atiéndeme!, no cierres tus alas.
No te rodea la oscuridad de la espesura del bosque, sino el mar, que se
hincha como una gigantesca serpiente negra.
No danzan ante ti las flores del jazmín; es el destello de la espuma de las
olas.
¿Dónde está la verde orilla soleada, dónde está tu nido?
¡Pájaro mío, atiéndeme!, no cierres tus alas.
La noche solitaria se extiende sobre el camino; la aurora dormita tras las
colinas en sombras; las mudas estrellas cuentan las horas y la pálida luna
flota en la noche profunda.
¡Pájaro mío, atiéndeme!, no cierres tus alas.
No conoces la esperanza ni el temor; para ti no hay palabras, murmullos ni
gritos.
No tienes hogar ni lecho.
Sólo dos alas y el cielo infinito.
¡Pájaro mío, atiéndeme!, no cierres tus alas.
68
Hermano, nadie es eterno y nada perdura. Tenlo presente en tu corazón y
alégrate, hermano.
También otros soportaron el antiguo peso de la vida, y otros hicieron
también este largo viaje.
Un poeta no puede cantar siempre la misma canción antigua.
La flor se mustia y muere, pero quien la llevaba no ha de llorar siempre su
suerte.
Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.
Es preciso un gran silencio para ensayar una perfecta armonía.
Cuando se pone el sol la vida declina y se pierde en las doradas sombras.
El amor debe abandonar sus juegos para apurar la copa del dolor y renacer en
el cielo de las lágrimas.
Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.
Nos apresuramos a recoger nuestras flores, temiendo que se las lleve el
viento.
Apoderarnos de un beso que se desvanecería en la espera enciende nuestra
sangre y aviva la mirada.
Nuestra vida es intensa y nuestros deseos fervientes, pues suena en el
tiempo la campana de la separación.
Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.
La belleza nos es dulce, porque su ligero ritmo es el mismo que el de
nuestra vida.
La sabiduría nos es preciosa, porque nunca conseguiremos poseer la ciencia
suprema. Todo se hace y acaba en la Eternidad.
Pero las flores terrenales de la ilusión conservan con la muerte su eterna
lozanía.
Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.
69
Quiero cazar el ciervo dorado.
Sí, amigos, sonreíd, pero no dejaré de perseguir la visión que siempre me
huye.
Corro a través de colinas y valles, me aventuro por tierras desconocidas, en
busca del ciervo dorado.
Id, id al mercado y multiplicad las compras. A mí me ha cautivado la llamada
de los vientos errantes. ¿Dónde y cuándo? No lo sé.
No hay inquietud alguna en mi corazón: todo lo que tenía lo dejé tras mis
pasos.
Corro a través de colinas y valles, me aventuro por tierras desconocidas, en
busca del ciervo dorado.
70
Recuerdo que un día, cuando era niño, eché un pequeño barco de papel al
arroyo. Era un caluroso día de julio, y yo estaba solo y encantado con mi
juguete.
Eché un pequeño barco de papel al arroyo.
De pronto, aparecieron unas enormes nubes tormentosas, el viento acudió en
torbellino y empezó a llover torrencialmente.
Las olas de agua fangosa cubrieron el arroyo y arrastraron mi pequeño barco.
Pensé amargamente que la tormenta no tenía otro propósito que destruir mi
dicha.
Hoy, nublado día de julio que se hace largo, recuerdo esos juegos de la vida
en los que siempre perdí.
Iba a recriminar a mi destino por tantos fracasos, cuando, de pronto, he
recordado el pequeño barco de papel que naufragó en el arroyo.
71
Aún es de día, y no ha terminado la feria junto al río.
Temía haber malgastado mi tiempo y perdido mi última moneda.
Pero no, hermano, algo me queda todavía. El malicioso destino no me lo ha
robado todo.
La compraventa ha terminado. Examinadas las cuentas, es hora de que vuelva a
casa.
Guardabarrera, ¿reclamas el peaje?
No te preocupes, algo me queda todavía. El malicioso destino no me lo ha
robado todo.
Los vientos encalmados presagian la tempestad, y las bajas nubes de poniente
son de mal agüero.
Las aguas, silenciosas, esperan el viento.
Me apresuro a cruzar el río antes de que me sorprenda la noche.
Barquero, ¿me reclamas el pasaje?
Sí, hermano, algo me queda todavía.
El malicioso destino no me lo ha robado todo.
Al borde del camino, el mendigo está sentado bajo un árbol. Me mira con
tímida esperanza.
Cree que me he enriquecido con el negocio del día.
Sí, hermano, algo me queda todavía.
El malicioso destino no me lo ha robado todo.
La noche es sombría y el camino está desierto. Las luciérnagas brillan entre
las hojas.
¿Quién eres tú, que me vas siguiendo furtiva y silenciosamente?
Comprendo, quieres robarme mis ganancias. No quiero defraudarte.
Pues algo me queda todavía. El malicioso destino no me lo ha robado todo.
Llego a mi casa a medianoche, con las manos vacías.
Tú me esperas a la puerta, desvelada y en silencio, con los ojos anhelantes.
Como un tímido pájaro, te posas amorosamente en mi corazón.
¡Sí, sí, Dios mío! ¡Cuánto me queda todavía!
72
Después de muchos días de duro trabajo edifiqué un templo. No tenía puertas
ni ventanas; sus muros eran gruesos y estaban formados por piedras macizas.
Olvidé lo demás, me aparté del mundo, y me dediqué a contemplar la imagen
que había colocado en el altar.
La constante nube de incienso envolvía mi corazón en sus pesados jirones.
Entretuve mis vigilias grabando en las paredes un laberinto de formas
fantásticas: caballos alados, flores de rostro humano, mujeres con cuerpo de
serpiente.
No dejé abertura alguna por la que pudiera entrar el canto de los pájaros,
el susurro de las hojas o el rumor del pueblo atareado.
Sólo mis invocaciones resonaban en la sombría bóveda.
Mi espíritu se convirtió en la acerada y silenciosa punta de una llama, y
mis sentidos cayeron en éxtasis.
No me di cuenta del paso del tiempo hasta que el rayo, precipitándose sobre
el templo, despertó el dolor de mi corazón.
A la luz del día la lámpara palideció, avergonzada; las figuras de los
muros, sueños sin sentido, parecían evitar mis miradas.
Contemplé la imagen del altar, y vi que sonreía y se animaba, en vivificante
contacto con Dios.
La noche que yo había apresado desplegó sus alas y huyó.
73
Oh Tierra, paciente madre oscura, tu riqueza no es infinita.
Te esfuerzas en alimentar a tus hijos, pero el alimento es escaso.
Las alegrías que nos ofreces nunca son perfectas.
Los juguetes que construyes para tus hijos son frágiles.
No puedes satisfacer nuestra insaciable esperanza. Pero no por ello te
repudiaré.
Tu sonrisa sombreada por el dolor es dulce a mis ojos.
Tu amor, que nunca se realiza, es caro a mi corazón.
De tu pecho hemos recibido la vida, no la inmortalidad, y por ello velas por
nosotros.
Hace siglos que compones colores y canciones, pero tu paraíso es sólo
todavía un mero proyecto.
Tus más hermosas creaciones están veladas por la neblina de las lágrimas.
Verteré mis canciones en tu corazón callado y mi amor en tu amor.
Te adoraré por tu esfuerzo.
He visto la dulzura de tu rostro y amo tu triste polvo, madre Tierra.
74
En el palacio del mundo, una humilde brizna de hierba convive en la verde
alfombra con los rayos del sol y las estrellas de medianoche.
Así, en el corazón del Universo, mis canciones ocupan el mismo lugar que la
música de las nubes y los bosques.
Pero tu tesoro, hombre enriquecido, no participa de la plácida majestad del
alegre y dorado sol ni de la suavidad de los rayos de la soñadora luna.
La bendición del cielo alcanza a todas las cosas, pero no desciende sobre
ti.
Y cuando llegue la muerte, tu tesoro se marchitará y se convertirá en polvo.
75
Un hombre quería hacerse asceta. Era una hermosa noche y dijo:
‘Ha llegado el momento de que abandone mi casa y busque a Dios. ¿Quién me
retuvo tanto tiempo con estas engañosas ilusiones?’ Dios murmuró: ‘Yo’. Pero
el hombre no comprendió. Dijo: ‘¿Dónde estás, Tú que tanto tiempo te
escondiste de mí?’
A su lado, su mujer dormía dulcemente, con un niño entre los brazos.
La voz contestó: ‘Dios está aquí’. Pero el hombre no comprendió.
El niño lloró en sueños y se estrechó contra su madre.
Dios ordenó: ‘Detente, insensato, no abandones tu casa’. Pero él no
comprendió tampoco.
Dios suspiró y murmuró tristemente:’ ¿Por qué mi siervo creerá que me busca
cuando se aleja de mí?’
76
Se celebraba la feria ante el templo. Había llovido desde el amanecer y el
día tocaba a su fin. Más radiante que la alegría de la muchedumbre era la
sonrisa de una niña que había comprado, con su pequeña moneda, un silbato de
palmera.
El gozoso sonido del silbato dominaba todas las risas y los ruidos.
Una nube de compradores se empujaba ante los puestos de venta. El camino
estaba encenagado, el río se desbordaba y la lluvia incesante inundaba los
prados.
Más viva que cualquier contrariedad de la muchedumbre era la tristeza de un
chiquillo, a quien le faltaba una moneda para comprar un bastón pintado.
Su mirada, ardientemente fija en el mostrador, despertaba la compasión de la
gente.
El artesano y su mujer, llegados del oeste, cavan la tierra para preparar
ladrillos y construir el horno.
Su hijita se acerca al río, donde no acaba nunca de lavar los jarros y las
cazuelas.
El hermanito, moreno, desnudo y cubierto de barro, sigue a la niña y se
sienta en la orilla, esperando pacientemente que ella le llame.
La niña vuelve a la casa, con la cántara llena de agua en la cabeza, una
jarra de cobre reluciente en la mano izquierda y conduciendo con la otra a
su hermano. Dócil sirviente de su madre, las preocupaciones domésticas han
dado a su rostro un peso de seriedad.
77
Un día vi al chiquillo desnudo, tendido en la hierba. Su hermana estaba
sentada junto al agua, frotando un jarrón con un puñado de arena, dándole
vueltas sin cesar.
Muy cerca, un cordero de suave lana pacía siguiendo el río. Se aproximó al
niño y, de pronto, baló fuertemente. El niño se estremeció y empezó a
gritar.
La hermana abandonó su tarea y corrió hacia él. Rodeó a su hermanito con un
brazo, y al cordero con el otro, y dividiendo sus caricias unió, en un mismo
lazo de ternura, al hijo del hombre y al hijo de la bestia.
78
Era el mes de mayo. El sofocante calor del mediodía parecía interminable. La
tierra seca se abría de sed.
Oí una voz que gritaba desde la otra orilla del río: ‘Ven, amor mío’.
Cerré mi libro y abrí la ventana.
Vi un gran búfalo, con los flancos manchados de barro, que me contemplaba
desde la orilla con sus ojos plácidos y pacientes. Un chiquillo, con el agua
a las rodillas, le llamaba para el baño. Sonreí, divertido, y el corazón se
me llenó de dulzura.
Me pregunto a menudo hasta qué punto pueden reconocerse el hombre y la
bestia que no habla.
79
A través de qué paraíso primitivo, en el amanecer de la lejana creación,
corría el sendero donde sus corazones se encontraron.
Aunque su parentesco haya sido olvidado tanto tiempo, no se han borrado las
huellas de su constante unión.
Y de pronto, en una armonía sin palabras, se despierta un confuso recuerdo y
la bestia contempla el rostro del hombre con confiada ternura, y el hombre
inclina sus ojos hacia la bestia con tierna indulgencia.
Se diría que los dos amigos enmascarados se reconocen vagamente bajo el
disfraz.
80
Con una mirada de tus ojos, hermosa mujer, podrías apoderarte de todos los
cantos del arpa de los poetas. Pero no tienes oídos para sus alabanzas; por
ello vengo a alabarte.
Podrías ver humilladas a tus pies las frentes más orgullosas del mundo.
Pero, entre todos tus adoradores, los preferidos son los ignorados por la
gloria; por ello te adoro. Con la perfección de tus brazos aumentarías el
esplendor del rey.
Pero los empleas para tener ordenada y limpia tu humilde casa, y por ello te
tengo tan profundo respeto.
81
Muerte, Muerte mía, ¿por qué me hablas tan bajo al oído? Cuando al atardecer
las flores se mustian y el ganado vuelve al establo te acercas astutamente a
mí y me susurras palabras que no comprendo. ¿Confías de este modo cortejarme
y conquistarme, adormecerme con el opio de tus fríos besos, Muerte, Muerte
mía? ¿No será nuestra boda una suntuosa ceremonia? ¿No adornarás con una
guirnalda de flores tus rojos rizos?
¿No hay nadie que te preceda enarbolando tu estandarte y tus rojas antorchas
no inflamarán la noche, Muerte, Muerte mía? Acércate tocando tus crótalos,
en una noche sin sueño. Revísteme con tu mano escarlata, estrecha mi mano y
llévame contigo.
Que tu carroza está dispuesta ante mi puerta y que tus caballos relinchen de
impaciencia. Levanta el velo y, orgullosamente, mírame cara a cara, Muerte,
Muerte mía.
82
Esta noche mi joven esposa y yo vamos a jugar al juego de la muerte.
La noche es oscura, el cielo está lleno de nubes fantásticas y deliran las
olas del mar.
Hemos abandonado nuestro refugio de ensueños, y abriendo la gran puerta
hemos salido, mi joven esposa y yo. Nos hemos sentado en el columpio, y el
viento tempestuoso nos ha empujado con violencia por la espalda.
Mi joven esposa se levanta bruscamente, aterrorizada y hechizada a la vez, y
se aprieta temblando contra mi pecho. Durante mucho tiempo le hice
tiernamente la corte.
Le preparé un lecho de flores y cerré las puertas para que la luz demasiado
viva no hiriera sus ojos. La besaba dulcemente en los labios y le susurraba
dulces palabras; ella desfallecía, lánguidamente. Se hallaba perdida en la
neblina de una inmensa y vaga dulzura. No respondía a la presión de mis
manos, y mis canciones no podían despertarla. Esta noche hemos oído la
llamada de la tempestad, la llamada de los elementos salvajes. Mi joven
esposa se ha estremecido y, levantándose, me ha cogido de la mano. Su
cabellera flota al viento, su velo ondea y su guirnalda tiembla sobre su
pecho. El empujón de la muerte la ha devuelto a la vida. Y estamos cara a
cara y corazón a corazón, mi esposa y yo.
83
Ella vivía en la ladera de la colina, junto a un maizal, cerca de la fuente
que desciende en rientes arroyos a la sombra solemne de los viejos árboles.
Las mujeres iban allí a llenar sus cántaros, y los caminantes elegían el
lugar para sentarse y charlar. Allí, ella trabajaba y soñaba cada día,
acompañada por el borboteo de la corriente.
Una noche, de una cumbre perdida entre las nubes, descendió un forastero;
sus cabellos enmarañados parecían un haz de serpientes. Asombrados, le
preguntamos: ‘¿Quién eres?’ Sin responder, se sentó junto al manantial y se
puso a contemplar la cabaña donde ella vivía. Tuvimos miedo y volvimos a
casa a través de la noche.
A la mañana siguiente, cuando las mujeres acudieron a buscar agua,
encontraron abierta la puerta de la cabaña, pero la voz de ella no se oía...
¿y dónde se había escondido su rostro sonriente?... El cántaro vacío estaba
en el suelo y la lámpara se había apagado en un rincón. Nadie supo decir a
dónde había huido antes de que amaneciera. También el forastero había
desaparecido.
En mayo el sol se hizo ardiente y la nieve se fundió; nos sentamos junto a
la fuente, llorosos, preguntándonos: ’En la tierra donde ahora está, ¿hay
una fuente que le ofrezca su agua en los días cálidos?’ Y pensábamos con
temor: ‘¿Habrá siquiera otro país más allá de estas colinas en las que
vivimos?’
Llegó una noche de verano. Soplaba la brisa del sur y yo estaba sentado en
su estancia abandonada, donde aún había la lámpara apagada, cuando de pronto
las colinas se abrieron ante mis ojos como cortinas: ‘Ah, ella vuelve. ¿Cómo
estás, niña? ¿Eres feliz? Pero dime, ¿dónde puedes refugiarte bajo este
cielo infinito? Allí no tendrás nuestra fuente para calmar tu sed’.
‘Es el mismo cielo, dijo ella, aunque sin la barrera de las colinas, el
mismo arroyo, crecido en río, la misma tierra, ensanchada en una llanura’.
‘Todo esto hay, suspiré, sólo nosotros no estamos’. Sonrió tristemente y
dijo: ‘Estáis en mi corazón’. Desperté y oí el murmullo del arroyo y el
rumor de los árboles en la noche.
84
Por los verdes y amarillos arrozales resbalan las sombras de las nubes de
otoño, que el sol persigue con rapidez. Las abejas se olvidan de libar la
miel de las flores; ebrias de luz, zumban y revolotean enloquecidas. En las
islas del río los patos alborotan alegremente sin saber por qué. Amigos
míos, que nadie vuelva a casa esta mañana, que nadie vaya a trabajar.
Tomemos al asalto el cielo azul, apoderémonos del espacio como un botín. La
risa flotará en el aire como la espuma en el agua. Amigos, pasemos la mañana
cantando.
85
¿Quién eres tú, lector, que dentro de cien años leerás mis versos?
No puedo enviarte ni una flor de esta guirnalda de primavera, ni un solo
rayo de oro de esa nube remota. Abre tus puertas y mira a lo lejos. En tu
florido jardín recoge los perfumados recuerdos de las flores, hoy marchitas,
de hace cien años.
Y te deseo que sientas, en la alegría de tu corazón, la viva alegría que
floreció una mañana de primavera, cuya voz feliz canta a través de cien
años.
Fin
FIAT LUX
AMONRA CHILE UNA LUZ EN VUESTRO CAMINO…
FELILUXOR
FE Y FELICIDAD EN LA LUZ DE ORO…
A MIS PADRES Y HERMANOS QUE ESTÁN EN LOS CIELOS Y EN LA TIERRA.
POR LA VIDA DE NUESTRO PLANETA TIERRA, NUESTRO HOGAR.
SANTIAGO DE CHILE. JUNIO 2009
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